jueves, noviembre 22, 2007

parque forestal

Ayer fue Miércoles, el día más largo de la semana (9 letras) y el día que la divide en dos: antes es comienzo de semana y después es fin de semana. El Miércoles es un día de mierda. Está al medio de todo, es el día en que se hizo o no se hizo lo que había que hacer. Lo que no se hizo se debe terminar en dos días, apurado, estresado y postergando el resto de lo que había planificado hacerse.

Ayer, a eso de las 2 de la madrugada, por motivos que no voy a explicar (son parte de la historia que no les conté),
estaba en el parque forestal, detrás del Bellas Artes para ser más preciso. Ahí estaban ellas, todas reunidas, todas negras, fumándose la última hierba antes de salir corriendo. Si bien siempre sentí curiosidad por ellas, nunca había estado en un lugar con tantas juntas a la vez. Fue una sensación inquietante, rara, no diría de temor, pero definitivamente extraña.


La gente pasaba por el costado, algunas personas con un ligero gesto de reproche, otras como si nada especial sucediese. Es cada vez más difícil sorprenderse en la fauna urbana. Incluso por temor, algunos hacen como si no vieran nada, como si no oliesen nada. Había una conexión, pero no lograba descifrar cuál era. Definitivamente no soy ni penso ser vaca.

El lugar se llenaba cada vez más. Debe haber sido cerca de las cuatro de la madrugada y el olor a vaca se me estaba haciendo ya insoportable. El sitio no es tan grande, pero a ellas no parece importarles. Su fiesta es grosera. Los roncos mugidos parecen más bien rugidos de una tigresa en celo. La transformación ya ha comenzado y les veo por primera vez los dientes y colmillos. Grandes y afilados como los tendría un carnívoro de su tamaño. Algunas ya han saltado sobre el cuello de las más rezagadas en la transformación, entregando la comida a las sobrevivientes.El frío de la madrugada da paso a un extraño viento tibio que parece volverlas locas y hambrientas. Luego de la primera, otras comenzaron a lanzarse, feroces, sobre sus hermanas desgarrándolas, partiéndoles las carnes (lomo, filete, costillar, tapapecho...estaba toda la carnicería) y lanzarse con sus hocicos rojos dentro de las calientes entrañas aún humeantes.

Una vez satisfecha su hambre, comienza una patética escena sexual donde lo que la naturaleza no les diera era reemplazado por sus largas lenguas e incluso las colas. Algunas, descontroladas, destrozaban los genitales de sus compañeras al intentar penetrarlas con los cuernos. Los mugidos eran definitivamente escalofriantes. El rojo y negro había invadido el parque, tan tranquilo y piola de día.

Ahí me quedé, pegado por horas, mirando nada, viendo las vacas que quedaban, correr para alcanzar el amanecer.

Eran ya cerca de las seis de la mañana y ya no quedaba ninguna vaca, sólo los camiones recolectores de basura y cadáveres. Me fui a casa a ducharme, sacarme el olor y la sangre de encima, y cerrar este Miércoles de mierda.