Sigo esperando en la sala de espera del dentista, mientras se oye como fondo todo tipo de ruidos y gritos ahogados. A mi costado, un gato lame la sangre coagulada del borde de un muro con grumos de pintura destruída por la humedad. En la silla del frente, el Jaco, un chico de nomás de 12 años le convida su cigarro a la abuela cuya boca no para de sangrar.
Me llama la Carola, la técnico dental por la que uno es capaz de aguantar todo esto feliz. No, no está vestida de enfermera erótica (como no me enojaría verla), pero está con unos jeans y un delantal ajustaditos que dejan ver una deliciosa silueta delgada y bien munida.
Como la anestesia se prohibió en las prácticas dentales por una ley que nadie entiende, cada dentista utiliza diferentes técnicas para que los pacientes no sientan el dolor. Este, aplica una técnica que si bien, no elimina el dolor, lo hace muy soportable.
En mi caso, como me tienen que sacar una muela, la Carola se sienta a mis pies y, mientras el doctor revisa el diente para definir la estrategia de extracción, comienza a hacerme cariño en las piernas. Una vez definido cómo lo hará, le hace una seña a Carola y ésta pone sin dudar, sus manos en mi sexo, así nomás, sin aviso. Al hacer eso, el doctor abre mi boca (mientras Carola abre mi pantalón) y comienza a separar la encía de la muela (mientras carola pasa su lengua por mi pene).
No voy a seguir con más detalles sólo indicar que la extracción dura menos que el orgasmo. Y el dolor....el dolor no existe.
ufff, y me quedan tres muelas del juicio más. Dicen que cuando están muy ocultas en la encía, el doctor necesita dos chicas.